Ahora no sé dónde estoy,
pero estoy, y más ondulada que nunca.
Ya no me siento cansada de mí,
ni del viejo ni del nuevo, ni de todo lo que viene.
Ya no soy el fruto de una ola gigante
porque no estoy chocándome continuamente
contra mí misma.
“Déjame hacerte” repetía, entre sollozos secos,
ahumada e inconsciente, con unos cristales
delante de los ojos, transparentes,
que no me dejaban ver.
Ahora soy parte del agua que bebo,
del que sudo y del que aspiro.
Cierro los ojos y no me lleno.
Me vacío cada día porque ahora sí.
Sigo sin saber dónde estoy,
pero soy.